Y de nuevo sale publicada la historia del barrio donde viví hasta los 33 años. Salvo la experiencia de un año enterito (el año 2000) en la bella ciudad de Gijón.
Y yo que pensé que se había construido en año y medio o dos... Resulta que fue uno y escasito...
Dicen que ha cambiado mucho. Que ya no es lo que era. Seguramente si. Pero aqui se han gastado 150 millones de las antiguas pesetas en hacer una rotonda en una de las entradas y su “urbanización”.
Esa rotonda tenía unos LEDs azules en los bordillos. No sé si llegaron a durar semana y media. Alguien (el típico oligofrénico) los sustrajo. Sería para tunear la taza del water de su casa.
Si. Ocharcoaga ya no es igual...
Yo me pregunto por qué “descargan” alli a las mejores firmas de Bilbao. Ciertamente mi reflexión es absurda. No lo van a hacer en esos pisitos de Abandoibarra a 500.000 euros el precio más barato.
Siempre habrá clases. Otra cosa distinta es que los guetos se sigan manteniendo.
Y para los que nunca estuvieron por este “castizo” barrio: no se preocupen que gente conflictiva también hay en la Gran Vía. Claro que ésta viste corbata y tiene otro tipo de conflictos.
En todo caso, tranquilícense. En Ocharcoaga no se comen a la gente cruda.
20-01-2006 Ocharcoaga mon amour
2-9-2007
Diario El Correo
Edición Vizcaya
JOSÉ MARI REVIRIEGO
j.m.reviriego@diario-elcorreo.com
La vida en las chabolas de Bilbao
Bilbaínos de otras tierras recuerdan las ilusiones y miserias de su vida en los poblados de Artxanda, el derribo y su traslado a Otxarkoaga, en agosto de 1961
Cuando Julia, Benjamín y Cristina llegaron a Bilbao se podía arrendar un burro en la estación del Norte para subir hasta las faldas de Artxanda el baúl, en cuyo interior estaban ordenadas con mimo y olor a tomillo del pueblo las pertenencias más preciadas de la familia. Allá arriba, en las laderas embarradas, crecían los poblados de chabolas, levantados a mano por sus propios habitantes, llegados de otras regiones en busca de jornal. Aquí no había agua ni luz. Las casas, de madera o ladrillo, eran un simple hueco para camas y cocina de chapa, con tela asfáltica como techo o, con suerte, teja. Como baño, un orinal. Para limpiar la ropa había que bajar hasta los lavaderos de Deusto y Elorrieta. Y luego subir. Siempre a pie porque no había transporte ni dinero para pagarlo. Supervivencia y dignidad.
Así era la vida en los poblados de Artxanda, el hogar de Julia Manzanera, Benjamín Herrera y Cristina Conde en los años cincuenta. Como otros miles de emigrantes, vivieron en estas condiciones hasta agosto de 1961, fecha en la que estos pueblos olvidados de la memoria se derribaron por orden de Franco. Sus habitantes fueron trasladados a Otxarkoaga, barrio de nuevo cuño construido con celeridad en una vaguada para poder poner fin al chabolismo.
Las vivencias de Julia, Benjamín y Cristina resumen el capítulo más duro del desarrollo de Bilbao tras la Guerra Civil, ilusiones y miserias en las que muchos se ven identificados. Vinieron a Bilbao por miles, desde Castilla, Extremadura, Andalucía, Galicia, Cantabria... atraídos por un poderosa motivación, la que hoy también mueve el mundo: sobrevivir, un futuro mejor. A veces, por pura necesidad, ya que «en el pueblo no había nada que comer». Bilbao fue el escenario de un movimiento migratorio quizá superior al que se está produciendo hoy con la inmigración. En vez de extranjeros, eran emigrantes de otras regiones de España. En diez años, la población ganó más de 100.000 personas, de 238.000 en 1955 a 348.000 en 1965 -casi el censo actual-.
Tras ahorrar para el viaje en tren, muchas familias no tenían dinero ni para vivir de patrona. No quedaba otra que mirar a las laderas, furtivas. Allí, con la ayuda del vecindario, se podía levantar una casa en una noche, a hurtadillas de la Policía, en la que cobijarse hasta que la prosperidad les permitiera bajar y residir en la ciudad.
Un trozo de galleta
Los poblados de Artxanda eran los más grandes. Y de ellos, dos: Monte Banderas, que tenía hasta iglesia, y Monte Cabras. En el primero, el solar se compraba a una familia. En el segundo bastaba con tender cuatro cuerdas y reservar una finca. En ambos casos, sobre un terreno con riesgo de desprendimientos. Mirar atrás es una mezcla de «fabulosos recuerdos» de la niñez y «perra» juventud.
Benjamín comenzó a trabajar con once años y medio de recadista en Particular de Indautxu porque «había que aportar». Un bocadillo en Doña Casilda y a pie a casa, en el Monte Cabras, donde convivía en una chabola con diez familiares y la alegría era un trozo de galleta, compartida.
Julia Manzanera, que vivía en el Monte Banderas, recuerda que entonces se trabajaba toda la semana -su padre lo hacía en un taller de troqueles en Doctor Areilza y los domingos, de acomodador en un cine-. Ella empezó a los 13 años como ayudante de modista en la calle Ercilla: «Todo el día fuera de casa y luego cuesta arriba, sola, de noche. Pasaba un miedo por el camino...».
Junto a su marido, Cristina Conde sacó adelante a sus cinco hijos en el Monte Cabras. «Di a luz al quinto, una niña, un 13 de diciembre en Cruces y al de dos días ya estaba en casa, bajando al lavadero. Llovía y, cuando subía, me caí, manché la ropa y otra vez a lavar».
La situación se hizo insostenible a finales de los 50. Una crisis laboral dejó a muchos hombres sin trabajo durante meses. Impotentes, sin nada para dar de comer a los hijos, algunas madres bajaron a pedir a la sección femenina de Zabalburu, donde daban vales de comida. En Ollerías Altas, las cocinas de la Falange repartían un cazo de cocido por niño. En Bombero Echániz, en la 'gota de leche', botellines para bebés. Y para arriba, con toda la carga a cuestas, llorando. Es muy duro admitir que no hay siquiera para comer. Eso es la pobreza.
Muchos descendientes de la generación de las chabolas han crecido sin conocer las calamidades que sufrieron sus padres porque éstos evitaron contar a sus hijos lo más duro por pudor, tal vez, a un pasado de chabolista. O sea, que cuando miren a sus padres en silencio, a su madre, sentados juntos en una comida de domingo, deben saber que en esas manos encalladas, en esas arrugas, en ese dolor de piernas, hay mucha dedicación, esfuerzo, mucho amor. Seguro que ya lo saben porque no hay de qué avergonzarse.
El poblado del Monte Banderas fue derribado por el Ejército el 29 de agosto de 1961 a golpe de piqueta y dinamita, después de una visita de Franco a Bilbao en la que ordenó erradicar el chabolismo. Al parecer, el dictador vio las casas de Artxanda desde el Arriaga durante una cena, siendo alcalde Lorenzo Hurtado de Saracho. El resto de asentamientos -Ollargan, Los Caños, Campa de los Ingleses- corrió la misma suerte en la 'operación chabola', concebida para cambiar «una residencia indigna por una humanizada», según las crónicas. El hacinamiento, además de ser terrible para sus moradores, dañaba la imagen de un régimen que se volcaba en el desarrollismo.
Los nuevos hogares
Los vecinos de las chabolas fueron trasladados, algunos en camiones militares, a los más de 3.000 pisos levantados en Otxarkoaga, embrión de Viviendas Municipales, la sociedad que gestiona el alquiler para las rentas más necesitadas. Eran hogares modestos, de apenas 50 metros, pero cómodos. «Teníamos cuarto de baño, duchas. Podíamos lavar en casa, había grifo, luz... ».
Cuando llegaron a Otxarkoaga no había calles, ni iglesia, ni autobuses. Se trató de un desembarco tan precipitado que las obras de urbanización se han prolongado hasta nuestros días. Hasta se echó estiércol en los jardines para que crecieran antes de la inauguración, presidida por Franco. Y vaya si lo hicieron, pero «cómo olía».
Para los vecinos las viviendas fueron una bendición, pues se olvidaron así de subir al monte para hacer las necesidades, de lavarse por partes en un barreño -o bajar a los baños públicos de Atxuri- de ir a la fuente con un balde improvisado en una lata de queso de racionamiento con una cuerda por asa. De poner un bidón bajo el canalón para aprovechar el agua de la lluvia. Adiós al carburo.
Apenas quedan documentos gráficos del chabolismo de Bilbao. El mejor es un cortometraje titulado 'Ocharcoaga', promovido en 1961 por el Ministerio de Vivienda bajo la dirección de Jordi Grau. Este trabajo, que recogía durante diez minutos la vida en los poblados, su derribo y el realojo en Otxarkoaga, se daba por perdido -hasta el propio autor desconocía si existían copias-. Pero la película se ha conservado casi cincuenta años después. Hay un negativo en la firma madrileña Fotofilm y el laboratorio de la Filmoteca Española ya tiene una copia, en respuesta al interés del Ministerio de Vivienda por recuperar la obra. Aunque su técnica dificulta el telecinado, la reproducción es posible.
El mejor documento es la memoria. El miércoles -29 de agosto, aniversario del derribo- Julia, Benjamín y Cristina visitaron el Monte Banderas y descubrieron, con emoción, que aún quedan ladrillos entre los escombros, vestigios de sus hogares. «Aquí, hace cincuenta años, había vida», comentaron. Muchos han muerto ya, pero el recuerdo se mantiene. Tras el desalojo de los poblados, Julia y Benjamín, ambos de 61 años, se conocieron en Otxarkoaga y se casaron. Cristina, de 77 años, es viuda y tiene seis biznietos.
1 comentario:
Ahhhh!!!!
Mi buen Krollian... que buenos recuerdos me trae el que hasta hace poco (y sigue siendo, que leñe) nuestro barrio.
Esas entradas a las tantas de la mañana con una mandanga de aquí te espero los fines de semana... esos yonkis, sentados en la barandilla de la parada tentando a la suerte con el suelo... las tardes de pequeños jugando a la peonza, canicas y todo lo que caía en nuestras manos... eran otros tiempos, si señor.
El barrio ha cambiado eso si, no se si para bien o para mal, pero desde luego, nadie nos va a quitar todos los momentos en Otxar.
Ni siquiera Azkuna puede con eso.
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