La semana pasada pude consultar una guía sobre Bilbao que edita El País. Pertenece a una colección de guías de bolsillo que edita el periódico mencionado. Con paseos recomendados, visitas obligadas y direcciones imprescindibles. Lo habitual en estos casos.
En una de sus páginas se podía leer lo siguiente. Cuidado lo que se puede llegar a decir y lo que, pasado el tiempo, suena guasón por utilizar términos suavecitos.
Según él “es un arco inclinado semejante a un péndulo cautivo que no puede volver a su punto de equilibrio”. Según sus admiradores “un objeto que trasciende de lo arquitectónico a lo escultural e incluso a lo poético”, “un arpa de cuerdas blancas que arranca notas oscuras del agua”, según otros una pasarela de acero inoxidable, hormigón blanco y vidrios moldeados que pesa 300 toneladas y cuando más bonita está es de noche reflejándose en el Nervión iluminada por 300 lámparas”.
Yo sigo viendo el reflejo de la modernidad mezclada con la estupidez, la desidia y el despropósito. Resbalones incluidos.
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