Mira que hay personajes mediocres, en este país donde también abunda la gente mediocre. Y es que serlo cuesta poco esfuerzo. Ahí tenemos al que no tenía ni idea de que había crisis (cuando subía la vivienda alrededor de un 15% en un año). O si lo sabía mintió como un bellaco.
Y encima como eficaz que es, se rodea de pelotas e impresentables como el que se presentó a la Alcaldía de Madrid e iba de Candidato 2.0 con los bloggers departiendo sonrisitas...
A ver cuando sacas otro libro, Carlos, porque con Los nuevos Amos de España no tenemos sufiente...
15-9-2009
El Confidencial
Carlos Sánchez
Zapatero uno y trino: lo que pasa cuando se tiene demasiado poder
Contaba hace algún tiempo un lector de El Confidencial una anécdota deliciosa. Recordaba que en una ocasión un ciudadano británico que asistía a una conferencia de Churchill se plantó ante el primer ministro de su país y le espetó: “Mire como le admiran, han venido 2.000 personas a escucharle”. El premier británico le debió observar con cierto escepticismo, y a continuación exclamó de forma socarrona: “No se preocupe. Si hubiera sido para ver mi ahorcamiento, habría venido el doble”.
Desconozco que será del futuro del presidente Zapatero cuando abandone el palacio de la Moncloa, pero a la luz de la creciente oposición que tiene en su propio partido no parece que vayan a celebrarse funerales de Estado. Todo lo contrario. El presidente del Gobierno mantiene la unidad socialista gracias a que el Boletín Oficial del Estado es suyo, y eso explica que nadie se atreva a cuestionar abiertamente tanto su estrategia económica como la articulación de un discurso político que aleja al PSOE de sectores sociales que históricamente lo han apoyado. No estamos, desde luego, ante un fenómeno novedoso. Ni siquiera Zapatero ha inventado esta especie de culto a la personalidad que se ha apropiado de la política española. La cosa pública se ha convertido en algo tan miserable que, como en la canción de Abba, el ganador (o sea el líder) se lo lleva todo.
Los partidos no tienen oposición interna -al menos en público-, y como consecuencia de ello hay que leer entre líneas para adivinar algún atisbo de rebelión, por supuesto que democrática. Exactamente como sucedía en las postrimerías del franquismo, cuando había que leer las crónicas de José Antonio Novais o de Thierry Maliniak en Le Monde para saber lo que pasaba en Madrid. La marcha de Solbes de la carrera de San Jerónimo abunda en esa dirección.
Todo el mundo sabe que uno de los motivos que justifican que el ex vicepresidente económico haya decidido abandonar su escaño tiene que ver con su progresivo alejamiento de Zapatero, pero ocurre que al igual que el resto de sus compañeros que han saltado del barco en las últimas semanas se ha acogido a esa ley de la omertá que rige en la política española. Casi ningún dirigente se atreve a decir lo que piensa en público por miedo a no se sabe muy bien qué. No parece un disparate pensar que Solbes, como responsable político, debiera dar alguna explicación sobre su retirada. Al menos a los ciudadanos que hace poco más de un año le votaron para que cumpliera su mandato de diputado.No se está hablando de un parlamentario cualquiera, sino de alguien que ha regido la política económica de este país durante casi dos lustros.
Un personaje peculiar
No es ninguna sorpresa decir que el presidente se ha convertido en un personaje singular desde que hace año y medio revalidara su primer triunfo electoral. Con su omnipresencia, intenta imitar la forma de gobernar de Sarkozy, pero al contrario que el presidente francés no ha sido capaz de rodearse de una élite de funcionarios capaz de asesorarle de forma eficaz sobre los grandes asuntos de Estado. Por el contrario, ha optado por situar a su alrededor a mediocres personajes incapaces de leer la realidad del país, lo que provoca errores de bulto impensables en una nación desarrollada. Lo malo no fue sólo que negara la existencia de una crisis que era evidente. Lo peor es que no fuera capaz de entender que la crisis financiera, como no podía ser de otra manera, conducía inexorablemente a una recesión larga por falta de crédito, y que por lo tanto había que prepararse para cruzar el desierto racionando el consumo de agua.
El Gobierno, por el contrario, se bebió la cantimplora a las primeras de cambio, y ahora resulta que el camino para salir de la recesión se va a hacer extremadamente largo. Ya no hay víveres que llevarse a la boca. El Estado -haciendo caso omiso a lo que le decían y el Banco de España y otras instituciones económicas- gastó su artillería a las primeras de cambio, y la travesía del desierto va a ser especialmente dura en su último tramo. El paro de larga duración se ha enquistado en la economía, y muchas empresas no tienen ya musculatura financiera suficiente para seguir aguantando durante más tiempo una brutal caída de la demanda. Y sin empleo, no hay consumo, y sin beneficios empresariales no hay inversión. Asi de claro.
Esta estratagia suicida puede tener que ver con el error de Zapatero de considerar que la lógica política y la económica son la misma cosa. Craso error. Un mal político puede ganar una y otra vez las elecciones utilizando su carisma o una forma de gobernar que conecte con determinadas clases o estratos sociales capaces de asegurarle la mayoría suficiente.
Pero la economía tiene un reglas que hay que cumplir. La principal de ellas, la coherencia. Y no parece que el Gobierno pueda presumir de ello. En su lugar ha optado por los golpes de efecto y por un falso debate ideológico hueco de solemnidad.
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