08 febrero 2009

Sálvese quien pueda. Buena suerte

Contundente y sin expresiones crípticas. Como dice el refranero español, al pan, pan y al vino, vino.
¿Qué mas añadir a la ejemplar columna de Juan Carlos Escudier? Patente queda la actitud de nuestros dirigentes. Izquierda, derecha, centro son referencias caducas. La pasta es la que manda. Los privilegios que dan moverse en ciertas esferas. Y como si aspiraran a nuevos ricos hay un montón de moscones que desean entrar en el selecto club de los elegidos.
Dinero ya y fácil. El otro lado de la moneda es una sociedad más pobre. Lo grave es que esa pobreza a la que me refiero no es exclusivamente económica.

7-2-2009
elconfidencial.com
Juan Carlos Escudier
¡Sálvese quien pueda!
Entretenido con ese campeonato de la paciencia que disputan los socialistas en el que Pepe Blanco podría batir el récord del mundo si el tiempo y la banca lo permite, Zapatero no ha debido reparar en que la ciudadanía comienza a estar harta de un Gobierno que parece a merced de oleaje y que sólo aspira a que la tempestad amaine para comprobar si algún jirón de las velas es aprovechable como servilleta.
A los 6.000 parados diarios, a los empresarios abocados al cierre por la falta de crédito y a los autónomos arruinados por la morosidad de las administraciones públicas no les consuela que el presidente esté muy preocupado ni que comparta con su esposa el sufrimiento que le provoca el desempleo en las frías noches monclovitas. Acostumbrados a hacer tres comidas diarias, a pagar la hipoteca, la luz, el agua, los colegios de los niños, a tomar un gin tonic con los amigos o a ir, ocasionalmente, al cine, convencidos, en definitiva, de que vivíamos en la octava potencia del mundo, los españoles no alcanzan a comprender que la prosperidad prometida sea un decorado de cartón piedra que el lobo de la crisis puede desarbolar de un solo soplido.
Este país no entiende por qué el paro crece aquí siete veces más rápido que en el resto de Europa, donde la crisis también golpea, ni acepta que su Gobierno, sobre cuya existencia hay dudas razonables, trate a los ciudadanos como a niños a los que no se les dice la verdad porque no la entenderían. Escuchar a nuestro bienintencionado presidente se está convirtiendo en un insulto a la inteligencia, en especial esa llamada suya al consumo que tanto prodiga. ¿Quién ha de consumir? ¿Los parados que cobran el subsidio, los que no lo cobran o los que temen cobrarlo próximamente? ¿Pedimos un crédito a Botín para consumir más y mejor ahora que el cántabro está que lo tira?
Es posible que Zapatero se esté moviendo, pero lo hace sobre la misma baldosa. Su receta milagrosa para combatir la catástrofe que tenemos encima se reduce a un plan de empleo municipal de 9.000 millones de euros, que aparenta ser el último conejo que quedaba en las chisteras de Moncloa. Hemos adquirido activos a la banca por 20.000 millones de euros, compraremos más por otros 30.000, y confiamos en dar la vuelta a la tortilla arreglando parterres y levantando polideportivos, uno en cada pueblo, eso sí, que el deporte es sanísimo para los parados. El patetismo y la incapacidad del Ejecutivo solo tiene parangón en una oposición distraída y apática, que no tiene sus ojos puestos en la crisis sino en las cerraduras de sus dirigentes.
¿A quién hay que culpar de la situación actual? ¿Cómo explicar que mientras el desempleo corre desbocado en España hacia los cuatro millones de parados se haya mantenido estable en Bélgica, Austria y Finlanda o, incluso, se haya reducido en Alemania, Eslovaquia, Holanda, Bulgaria o Malta? Los banqueros son culpables, en efecto, pero la principal responsabilidad hay que buscarla en nuestra clase política y en la corrupción en la que ha chapoteado desde la Transición.
Lo que ha determinado este modelo productivo tan nuestro centrado la construcción sin freno y en la especulación urbanística -ese que Zapatero se proponía cambiar en 2004 antes de que una amnesia lo borrara de su lista de promesas- no ha sido la fertilidad del suelo peninsular para el arraigo del ladrillo ni las hermosas vistas que se contemplaban desde los áticos de tres dormitorios de las nuevas urbanizaciones. Aquí se ha construido sin limite porque los poderes públicos lo han consentido, porque cada piso, cada carretera, cada puente ha enriquecido a concejales de urbanismo y a los intermediarios de los partidos, que daban uno y se llevaban cuatro. La construcción ha sostenido a una clase política corrupta, que ahora pretende transformar a los peones de albañil en instaladores de placas solares una vez reciclados mediante cursillos del INEM.
De la ruina actual quiere salvarnos un Gobierno del que la mayoría sólo conoce a su presidente, porque el resto ni está ni se le espera, empezando por el vicepresidente económico, Pedro Solbes, que hubiera debido dimitir antes de aceptar las majaderías de algunos de sus colegas, pero que ha preferido no hacer el feo a un partido que, al fin y al cabo, le ha proporcionado un buen sueldo desde hace veinte años. Sabemos que Miguel Sebastián se dedica al reparto de bombillas de bajo consumo y que con eso obligaremos a la OPEP a ponerse de rodillas, pero ¿en qué ocupan su tiempo Beatriz Corredor, Bibiana Aido, Cristina Garmendia o Bernat Soria?
Con los mimbres actuales, la salida del caos se antoja especialmente complicada porque para escapar de un laberinto hay que disponer de una estrategia y tener un rumbo, aunque la realidad levante muros que haya que sortear. El Ejecutivo tiene a un presidente tocado, a ministros abrasados y a otros bastante crudos o poco hechos. Y sobre todo, ignora el camino a seguir, desconcierto similar - todo hay que decirlo- al que sufre el resto de países afectados por esta crisis global, que si no conduce al final del capitalismo tal y como lo conocemos se quedará a dos paradas.
Si es verdad que la economía se mueve por resortes psicológicos, quizás fuera aconsejable trascender de los procesos electorales que ya están en marcha y plantear un frente político unitario. Este país no se merece un horizonte de paro que puede llevarse por delante a toda una generación. ¿Estará dispuesto Zapatero a dar entrada a expertos de la oposición –popular y hasta nacionalista- en un Gobierno volcado en el empleo y la reactivación económica? ¿Renunciaría el PP a hacer de la política económica un campo de batalla? Imposible. Así que, ¡sálvese quien pueda!

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