29-06-2014
Asturias 24
Luis Ordóñez
Odio de clase
Cuando la presidenta del Círculo de Empresarios, Mónica de Oriol, llamó hace meses “parásitos” e “inútiles” a los jóvenes parados, lo peor de todo no fueron sus declaraciones sino que días después de hacerlas, y en vista de la polémica que había levantado, tratara de matizarlas e insinuar una disculpa. Estuvo mal, porque lo más honesto hubiera sido insistir en lo dicho porque es lo que realmente piensa y si no está tan segura de que es así no debería avergonzarse. De la sinceridad de entonces De Oriol hablan sus últimos exabruptos de esta semana, en los que dicho que los desempleados se toman su prestación como un periodo de vacaciones y que los actuales sindicatos (también la CEOE, dijo) eran “casta” y herederos de los verticales del franquismo. En España todo es tan tragicómico que una señora descendiente de un empresario franquista, directamente implicado en la financiación del bando sublevado durante la Guerra Civil, se puede poner estupenda para acusar a los demás precisamente de lo que es ella; casta del régimen anterior.
Probablemente De Oriol metió a la CEOE en el mismo saco que a los sindicatos para escurrir el bulto carca. Lo cierto es que, con apenas horas de diferencia, el presidente de la patronal, Juan Rosell, se quejaba en Gijón de que había demasiadas leyes y tal abundancia legislativa resultaba un obstáculo para los empresarios que no las podían cumplir. Más aún, añadió que ni siquiera los jueces estaban preparados para abordar tal gigantismo normativo y por eso estaban fallando continuamente contra los ERES fraudulentamente iniciados por sus asociados. ¡Ay, el fraude! Pecadillo venial para la patronal. También esta semana la asamblea de la asociación de pequeños y medianos empresarios, la Cepyme, respaldó en el cargo a su presidente, Jesús Terciado, a pesar de facturarse a sí mismo y a sus empresas informes inauditos para la organización. Tal cual uno de los vicepresidentes de la CEOE, Arturo Fernández, resultó reeligido por sus colegas a pesar de tener graves deudas con la hacienda pública y descubrirse que pagaba en negro a sus empleados en la cafetería del Congreso. Pensaba que para los empresarios lo malo del fraude es que te pillaran, pero ya ni siquiera eso.
No hacemos más que ver exhibiciones de orgullo defraudador y al que no le guste que se vaya a Laponia.Eso sí, todos han aplaudido que en la reforma fiscal presentada por el Gobierno del PP se incluya que a partir de ahora tributen las indemnizaciones por despido. En un país con casi la cuarta parte de su PIB en el mercado negro, en el que prácticamente sólo pagan impuestos quienes tienen una nómina; lo último que quedaba por rascar eran los finiquitos. Todo, lo que sea, antes de ponerse a investigar a los grandes defraudadores para los que cuando no hay impunidad es porque hay prescripción o indulto.
No hacemos más que ver exhibiciones de orgullo defraudador y al que no le guste que se vaya a Laponia.Eso sí, todos han aplaudido que en la reforma fiscal presentada por el Gobierno del PP se incluya que a partir de ahora tributen las indemnizaciones por despido. En un país con casi la cuarta parte de su PIB en el mercado negro, en el que prácticamente sólo pagan impuestos quienes tienen una nómina; lo último que quedaba por rascar eran los finiquitos. Todo, lo que sea, antes de ponerse a investigar a los grandes defraudadores para los que cuando no hay impunidad es porque hay prescripción o indulto.
Hay ciertamente en nuestro país un odio de clase. Pero lo curioso es que no es de trabajadores hacia los empresarios, ni de los pobres a los ricos, sino al revés. Los privilegiados miran con un desprecio infinito a los más desfavorecidos, no hay límite en la forma de esquilmarlos, reducir sus derechos o sus salarios (ya menores que la pensión del abuelo); también tienen que insultarlos y vejarlos de cualquier forma imaginable. Parece que jugar con fuego es un vicio que engancha, también llorar cuando te quemas.